María no sabía como dejar de recordar, que en el ayer había nubes
blancas que armonizaban con cada estado de animo que su tranquila vida le traía, ahora solo había
nubes oscuras amenazando tormentas, con varios rayos de sol que daban un poco del
calor necesario para sobrevivir.
Las baldosas
amarillas que antaño teñían su rutina entre abrazos y besos menudos y
gratificantes ahora añorados, como si de
una mujer desterrada en un desierto se tratase, unas gotas de agua imprescindibles
para sosegar su sed, mientras. entre intervalos solo había soledad y saberse
necesaria, no querida, ni amada, solo necesaria, esto rompía su poca paz.
Antes bebía agua del pozo de la compañía, de los guiños, de
los ojos bribones, de una sonrisa cómplice, ahora solo son añoranzas.
El necesitar con amor tiene que ser como la gota de rocío en
la hoja de romero, que según avanza la mañana ese deslizar esa suave
delicadeza la caricia de la gota dando
vida a la hoja, es puro, gentil, maravilloso.
El necesitar por egoísmo es cruel, estar con una persona por
la soledad de la vejez es ruin, aun así existen esas personas, lo peor es
cuando se oculta ese sentimiento enmascarándolo con amor, y se descubre con el
transcurrir de los años ese sentimiento hacia que María se fuese volviendo cada vez más
cínica, aunque también lo enmascaraba con sonrisas... Si no puedes vencerlos... ya sabes...
Le dolía todo el cuerpo, como si el disimular fuese un
trabajo enorme y costoso, se le revolvían tantas cosas al querer dejar esa
sumisión que gritaba en silencio y se mordía la lengua, ahora estaba pagando el
haber amado, la adoración hacia una persona, el pensar de ella misma que no valía la pena.
María se preguntaba si ella aun valía la pena para alguien,
si alguna vez conocería el volver a sentirse necesaria para amar…
María
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