Golondrinas de mes de Junio, sobrevolando el gran techo de la estación
de Atocha, días de antaño, donde la estación era una pequeña ciudad garabateada
en medio de Madrid.
El alto techo de hierro con los laterales abiertos, al frente el gran reloj, permitía a las golondrinas volar a sus anchas, entre el ajetreo. Mientras espero me gusta sentarme en un banco mas o menos central. Antes solía ir, casi cuando llegaba el tren que él manejaba, pero un día que llegue temprano , vi con admiración la cantidad de personas y cosas que pueden llegar a pasar mientras se espera, ver a la gente que llega o se va de mi hermosa ciudad.
Desde mi banco, podía observar casi todos los rincones.
Los soldados al ir a su cuartel, con mas de media familia, todos dándole consejos, abrazos, ellos colorados como pimientos, pero recibiendo todo el calor que los suyos les daban, aunque su gran afán era llegar a dar el beso a su novia que pocas veces conseguía en otras circunstancias, pero que en esa se lo podían permitir, aunque seguramente el día anterior habían tenido unos minutos uno junto al otro, derrochando la tarde entre caricias, besos, palabras bonitas, y ahora que llegaba la hora que salía el tren y con ellos ya en el vagón metidos, las mujeres llorando fuera, eran tiempos difíciles, el recuerdo mas o menos, aun cercano de la guerra nos invadía a todos.
Desde mi rincón, también podía ver a amantes despidiéndose, se les notaba mucho, normalmente hombres de negocios, posiblemente casados haciéndose pasar por solteros, en esos casos, la mujer, iba literalmente arrastrada hasta llegar al vagón, era curioso, ella llorando por que se iba su amor, él con la cara descompuesta entre aliviado y avergonzado, mirando en todas direcciones tratando de tranquilizarla con pequeños golpes en la espalda, ella abrazada a él, intuyendo que no volvería a verle y pensando en las consecuencias de lo que había hecho…
Niños corriendo delante de sus padres y estos con la boca seca tratando de alcanzarlos.
Chicas jóvenes con maletas recién llegadas de los pueblos, mirandas curiosas entre el miedo a lo desconocido y la serenidad de saberse “libres” fuera de su pueblo que las ahogaba, normalmente venían con el trabajo ya hablado como chachas en alguna casa de una familia rica y que las trataría a saber como…
Mujeres de la vida ofreciéndose tratando de sacar algún dinero disimulando, pues si las descubrían acabarían en la cárcel.
Hombres con viejas maletas de cartón atadas con un cinturón, se les notaba a la legua que eran hombres de pueblo tratando de ganarse la vida en la ciudad, y que se cruzaban con otros que lo intentaron antes, la diferencia era que unos regresaban a su pueblo desilusionados de mi preciosa ciudad, y los que venían llegaban llenos de ilusiones.
Desde mi pequeño rincón veía el reencuentro de matrimonios por algunas semanas separados por distintos motivos, con los niños abrazados a las piernas o la cintura del padre , el abrazando a su mujer, cerrando los ojos oliendo su perfume, respirando amor…
En estas pequeñas historias estaba, que se me había pasado un buen rato de la llegada del tren que mas me importaba, era el maquinista y orgulloso de que siempre llegaba a su hora, mire el reloj y me dije maliciosa sonriendo para mi, esta vez te has retrasado.
Estaba equivocada me di la vuelta y estaba justo detrás de mí, mirándome divertido, como en mi espera, ver el ajetreo de la pequeña ciudad, no me había percatado de su llegada.
El alto techo de hierro con los laterales abiertos, al frente el gran reloj, permitía a las golondrinas volar a sus anchas, entre el ajetreo. Mientras espero me gusta sentarme en un banco mas o menos central. Antes solía ir, casi cuando llegaba el tren que él manejaba, pero un día que llegue temprano , vi con admiración la cantidad de personas y cosas que pueden llegar a pasar mientras se espera, ver a la gente que llega o se va de mi hermosa ciudad.
Desde mi banco, podía observar casi todos los rincones.
Los soldados al ir a su cuartel, con mas de media familia, todos dándole consejos, abrazos, ellos colorados como pimientos, pero recibiendo todo el calor que los suyos les daban, aunque su gran afán era llegar a dar el beso a su novia que pocas veces conseguía en otras circunstancias, pero que en esa se lo podían permitir, aunque seguramente el día anterior habían tenido unos minutos uno junto al otro, derrochando la tarde entre caricias, besos, palabras bonitas, y ahora que llegaba la hora que salía el tren y con ellos ya en el vagón metidos, las mujeres llorando fuera, eran tiempos difíciles, el recuerdo mas o menos, aun cercano de la guerra nos invadía a todos.
Desde mi rincón, también podía ver a amantes despidiéndose, se les notaba mucho, normalmente hombres de negocios, posiblemente casados haciéndose pasar por solteros, en esos casos, la mujer, iba literalmente arrastrada hasta llegar al vagón, era curioso, ella llorando por que se iba su amor, él con la cara descompuesta entre aliviado y avergonzado, mirando en todas direcciones tratando de tranquilizarla con pequeños golpes en la espalda, ella abrazada a él, intuyendo que no volvería a verle y pensando en las consecuencias de lo que había hecho…
Niños corriendo delante de sus padres y estos con la boca seca tratando de alcanzarlos.
Chicas jóvenes con maletas recién llegadas de los pueblos, mirandas curiosas entre el miedo a lo desconocido y la serenidad de saberse “libres” fuera de su pueblo que las ahogaba, normalmente venían con el trabajo ya hablado como chachas en alguna casa de una familia rica y que las trataría a saber como…
Mujeres de la vida ofreciéndose tratando de sacar algún dinero disimulando, pues si las descubrían acabarían en la cárcel.
Hombres con viejas maletas de cartón atadas con un cinturón, se les notaba a la legua que eran hombres de pueblo tratando de ganarse la vida en la ciudad, y que se cruzaban con otros que lo intentaron antes, la diferencia era que unos regresaban a su pueblo desilusionados de mi preciosa ciudad, y los que venían llegaban llenos de ilusiones.
Desde mi pequeño rincón veía el reencuentro de matrimonios por algunas semanas separados por distintos motivos, con los niños abrazados a las piernas o la cintura del padre , el abrazando a su mujer, cerrando los ojos oliendo su perfume, respirando amor…
En estas pequeñas historias estaba, que se me había pasado un buen rato de la llegada del tren que mas me importaba, era el maquinista y orgulloso de que siempre llegaba a su hora, mire el reloj y me dije maliciosa sonriendo para mi, esta vez te has retrasado.
Estaba equivocada me di la vuelta y estaba justo detrás de mí, mirándome divertido, como en mi espera, ver el ajetreo de la pequeña ciudad, no me había percatado de su llegada.
Él llevaba observándome media hora, quien hubiese pasado
por su lado en esos minutos habría dicho que era una estatua, serio, erguido,
con su uniforme llevado con orgullo. Y nada mas lejos delante de la gente daba
una imagen, en casa habría tiempo para inundarme con su amor, y eso vi en su
mirada.
Carmen
9-04-08
Carmen
9-04-08
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